Casi 4 meses fue el tiempo que sello mi pasaporte en el
mismo momento que Ecuador, aquel mítico país
que divide al mundo en dos, me abría las puertas de sus tierras.
La ciudad de Guayaquil, la mas grande y poblada del país,
nos daba la bienvenida con sus calles coloridas por las flores y las exquisitas
frutas que ni siquiera aparecen en mi vocabulario. Como en toda gran ciudad, el
ruido y la vorágine de la gente, nos invito de cordial manera a dirigirnos
hacia Salinas, la cabecera de la Ruta del Sol (también conocida como la Ruta
del Espondilus) que une dicha ciudad con la de Esmeraldas al norte, casi en la
frontera con el vecino país de Colombia. Su hermosa avenida costanera, rodeada
de los mas grandes y pintorescos edificios que parecen gigantes durmiendo con
las persianas bajas, esperando la llegada de sus acaudalados propietarios en la
época de verano, muestra la cara que se ve desde el océano, una cara que
contrasta con la pobreza a sus espaldas y que no tiene vista al mar.
La necesidad de generar dinero para poder seguir con nuestro
viaje, hizo que apuráramos nuestra llegada a Montañita. Este pequeño pueblo,
famoso por tener olas lo suficientemente grande para la práctica del surf
profesional y por la fiesta que todo ello acarrea, era la que hasta ese momento
iba a ser nuestra casa durante el verano. La idea era vender ensalada de frutas
en la playa y juntar dinero para poder ir a Colombia, pero hubo un detalle que
por cuestiones de visa no pudimos evitar: llegamos en Noviembre, y la temporada
alta recién empezaba en Enero.
Durante dos semanas, el dinero que ganábamos nos permitía
solo pagar el alojamiento y la comida, pero no era suficiente para ahorrar.
Esto sumado a que el cielo siempre nublado negaba la posibilidad de ser
iluminados por el sol, nos hizo cambiar nuevamente de planes: mi gran amigo
José, decidió emprender su regreso a la Argentina mientras que Colombia estaba
cada vez mas cerca para mi.
Como por arte del destino, dos amigos mendocinos, que vienen
viajando en Kombi con el sueño de llegar hasta Méjico y volver, se ofrecieron para alcanzarme hasta Quito ya
que ellos viajaban para la ciudad capital a conocer otro grupo de Kombis ecuatorianas.
Lo que parecía solo un viaje con amigos durante unas horas para luego cruzar a
Colombia, termino siendo un nuevo volantazo en mi viaje. La fuerte amistad que
formamos y los gratos momentos en Quito, hicieron que decidamos seguir nuestro
viaje juntos a bordo de la Kombi modelo 82 que nos llevara a Méjico.
Los planes siguen siendo no tener plan. Las experiencias se
renuevan día tras día una y otra vez, en esta ocasión en el punto del
planisferio donde la latitud muestra 0°0´0´´, en la mismísima mitad del mundo.
Con mucha felicidad, con muchas ganas de seguir viajando y
descubriendo, con viento en popa…
Tan Feliz por vos amigo! El viento en popa es el mejor remedio para un viaje sin planes, siempre vas a salir hacia adelante y se te presentarás oportunidades infinitas y unas mejores que las otras!
ResponderEliminarBeso frío y ventoso desde tu ciudad!
Hermoso amigo! Buenos vientos
ResponderEliminarSaludos de toda tu flia Ti, que hermoso todo lo que te está pasando. Cuidate mucho y segui disfrutando de estos inolvidables momentos que la vida te está regalando y de los cuales vos sos el principal creador. Te queremos mucho, tb te estrañamos pero nos alegramos de tu alegría. Besos y abrazos desde el sur. Vero
ResponderEliminar