martes, 3 de agosto de 2010

Viajar, el mejor estudio...

Decir que viajar es una de las cosas que mas me gusta suena un poco obvio, porque ¿a quien no le gusta viajar y conocer lugares diferentes? Pero viajar es mucho más que subirse a un avión o a un micro y moverse de un lugar a otro. Para mi viajar es sinónimo de aprender y seguir aprendiendo, de descubrir y leer la letra chica de los mapas, de llegar a lugares donde la gente común no llega, de preguntar cuales son los lugares mas populares turisticamente hablando y tomar el camino alternativo...

Aprovechamos junto con Martín que teníamos franco dos días seguidos para agarrar el mapa y viajar por la isla sur de Nueva Zelanda. Las rutas impecables y los paisajes alternados entre campos y bosques nos llevaron hasta Invercargill, una de las ciudades mas importantes de la isla, pero que como tal no tenia muchos mas atractivos que los de una gran ciudad. Bordeando la gran bahía que acompaña a la ciudad, llegamos hasta Bluff, el extremo sur de Nueva Zelanda. Definitivamente me recordó el momento en el que con mi querido amigo Marce llegamos a Ushuaia, el fin del mundo. Estar parado en ese lugar, en las puertas del Mar de Tasmania fue un momento increíble, pero al ser un lugar tan “famoso” estaba plagado de turistas como nosotros, con lo cual las aves no podían reposar mas de unos instantes en la costa y el silencio se veía constantemente interrumpido.
Continuamos nuestra travesía por un camino secundario, donde los autos parecían haber desaparecido y las playas se desplegaban como sabanas en el mar, hasta llegar a Nugget Point. El atardecer nos acompañaba por el sendero que nos llevo hasta un faro, que marcaba el punto donde el mar todavía no había ganado la batalla contra la costa. Los recuerdos de mi viaje por el sur de Argentina se vinieron nuevamente a mi cabeza, esta vez acompañados casi como por arte de magia por mensajes al celular por el día del amigo.
La noche comenzaba a caer sobre nosotros cuando llegamos a Dunedin. El fin del primero de los dos días de viaje llego junto con las ganas de que la noche pase rápido para volver a arrancar.
Un atractivo muy extraño pero no por eso poco interesante, son los Moeraki Boulders. Ubicados al norte de Dunedin, estas formaciones rocosas ubicadas sobre la playa, forman parte de una leyenda Maori que cuenta los primeros pasos de los navegantes sobre estas tierras.
No teníamos muchas alternativas. El regreso a Queenstown era una necesidad ya que al día siguiente teníamos que volver al trabajo. Pero los casi 1000 kilómetros recorridos y los increíbles lugares que descubrimos hablaran por si solos por mucho tiempo.
Con la satisfacción de sentirnos realizados por semejante viaje, comenzamos a planear la travesía para la semana siguiente, ya que también volveríamos a tener 2 días seguidos sin trabajar. En esta oportunidad, le toco al sector oeste del mapa, Fiordland, un parque nacional que como dice la palabra es la tierra de los fiordos (que aquí son conocidos como “Sounds”). Increíbles entradas de mar en la isla se dibujan en el mapa como rincones del océano.
El fiordo mas accesible es el Milford Sound, un lugar increíble que parece guardar los secretos de miles de personas que se convierten en miniaturas ante semejante paisaje. El camino hasta Milford es una cátedra de geología. Hubo un instante donde me di cuenta de lo mucho que me sirvió haber estudiado la carrera de Guía de Turismo en Bariloche y lo mucho que podía aplicar mis conocimientos también en este lugar. Cuando la ruta parecía no tener salida posible ante el encierro de las montañas que nos rodeaban, un túnel en el medio del cerro se abrió ante nosotros para transportarnos al otro lado del valle y así comenzar el descenso hasta el mar.
El reflejo del Mitre Peak en el océano planchado nos pintaba el panorama con el que nos encontraríamos al día siguiente. Rendidos a los pies de este increíble cerro que se levanta desde el mar hasta tocar los 1700 metros de altura, desde un barco en el que solo éramos 7 pasajeros, acompañados de a ratos por la alegría de los delfines y el suave andar de las gaviotas, llegamos a la boca del fiordo donde el océano infinito nos mostraba su cara mas respetable. Y cuando ya nada parecía superar las emociones de estar en ese lugar, un Albatros Real sobrevoló por encima nuestro para culminar con un viaje espectacular.
Las cascadas y los grandes paredones de roca nos guiaron de nuevo al muelle de partida y con la satisfacción de haber realizado un paseo que será difícil de olvidar, comenzamos el regreso a Queenstown.
Solo es cuestión de hacerse el tiempo y viajar. Simplemente viajar y conocer. De la manera que sea y con el presupuesto que sea. Animarse a tomar esa decisión que tanto cuesta y largarse a descubrir y descubrirse…

2 comentarios:

  1. excelente hermanito!
    bs

    ResponderEliminar
  2. Hay que orear el espíritu! SII!!! y dejar que los vientos peguen en nuestras caras y asi ver el mundo de la forma mas simple y sencilla, simplemente como es!
    Gracias bonito!!

    ResponderEliminar